28/3/17

Estoy en busca de la casa del migrante





Viajo en transporte público todos los días y todos los días ves cosas impresionantes, pero llega un momento en que dices: viajo tanto que ya lo vi todo. Ya nada me puede impresionar. Asaltos exprés, inundaciones, choques, camiones descompuestos, rutas desconocidas e historias raras son el pan de cada día, no sólo mío, sino de millones de personas en esta ciudad. 

Pero ninguna de esas cosas me había pegado tan duro como lo que acabo de ver y escuchar. A la altura de San Cristobal, Ecatepec, se subió una persona fuera de lo normal a la combi. Se notaba nervioso y volteaba a todos lados. Mis malas experiencias en asaltos sólo pensaron lo peor, pero cuando pagó su pasaje todo comenzó a esclarecerse. Le pondré el nombre de Juan porque desgraciadamente nunca le pregunté su nombre. 

Bueno, Juan comenzó preguntando por una dirección: ¿voy bien para la delegación Cuauhtémoc? Todos nos quedamos con cara de interrogación. Es que, voy a una dirección. Casi no sé escribir pero sí se leer, pero me la aprendí. Voy a Río Pánuco 81 a buscar suerte. Una casa del migrante y, si nadie sabe cómo llegar, ¿sabrán cómo llego a Huehuetoca?

Todos nos quedamos sorprendidos por su humanidad. Juan, una persona en apariencia sencilla, playera amarilla chillante, pantalón de mezclilla, una barba de al menos 3 semanas y una chamarra verde en la mano, es Salvadoreño. Vino a México a buscar suerte, y estaba feliz por encontrar gente tan buena en el transporte. Contó que su sueño nunca fue llegar a Estados Unidos porque "ahí no saben tratar a la gente". 

Salió del Salvador hace más de 60 días con la esperanza de darle a su familia (su esposa y unas gemelas de 9 años) una mejor calidad de vida. Ya no le alcanzaba para mantenerlas. Su sueldo como soldador, de apenas 3mil pesos salvadoreños a la semana, apenas le alcanzaba para vivir. 2mil pesos, contaba, se iba en el "impuesto de guerra" que se paga a ciertos grupos para que te dejen trabajar y que, en caso de no pagarlos, está amenazado en que violarán a sus hijas y su esposa. Es por eso que Juan vinó a México y que, con una sonrisa en el rostro contaba que México es como un paraíso para él. No existe tanta violencia, la gente es amable, existe mucho trabajo y bien pagado y que, sobre todo, tiene seguridad en hacer lo que a él más le gusta, que es trabajar. 

Juan lleva más de 2 meses fuera de su hogar y ha vivido lo pocos desearíamos vivir. Ha visto cómo han violado a mujeres en el transcurso de su viaje, y fue forzado a verlo con tal de dejarlo seguir. Se ha escondido de 36 retenes, los tengo contados, decía, saltando de camiones en movimiento hacia la selva o el bosque. Cuando nos platicaba todo esto, un señor se atrevió a decir: pues no te creas, aquí estamos igual o peor. Juan respondió: Aquí, yo estoy como en el paraíso. 

Las personas que estaban en la combi le dieron sus bendiciones y dinero, para cualquier complicación que se encontrara en el camino. Yo lo acompañé a tomar el metrobus y, con mucha alegría me decía, yo quiero conocer el metro pero, al entrar en el metrobus sólo atinó a decir: esto es mejor que el metro. Va bien rápido y vamos mejor que los carros. 

Antes de bajar se quedó viendo a la gente y me dijo: aquí las mujeres están bien bonitas. Cuídenlas mucho, no quisiera que les pasara lo que pasa en mi casa. 

Ojalá Juan haya encontrado la casa del migrante que buscaba. Ojalá pronto encuentre un trabajo. Ojalá pronto regrese a su hogar con su familia. 

Mucho éxito Juan.

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